La XVI Bienal Tamayo: Anulación (II)

Efectista en las estéticas pictóricas, dispareja en la calidad creativa,  extrañamente equilibrada en representaciones formales y Estatales, y muy reducida en lo que corresponde a la exploración y el pensamiento pictórico, la XVI Bienal de Pintura Rufino Tamayo devela preferencias curatoriales que, convertidas en criterios de evaluación, deberían publicarse. Integrada por piezas tan grotescas como el pésimo y embarrado relieve de Pablo Cotama, tan absurdas como los emplastes de harina de Sofía Fernández, tan elementales como las manchas de Juan Astianax o tan vistos como el fotorrealismo de Víctor Rodríguez, la Bienal incide en dos cuestionamientos: la validez del quehacer curatorial y la crisis de la inventiva pictórica mexicana. Divididas entre realismos de narrativas simplistas, referencias a pintores extranjeros y abstracciones que no logran rebasar el ejercicio experimental, las piezas se concentran más en la imagen que en el hecho, la investigación o la ontología de lo pictórico. Si bien esta circunstancia puede ser exitosa en el ámbito mercantil, es lamentable en un evento que podría potenciar la creatividad, innovación e identidad de la pintura mexicana.
Con 56 pintores seleccionados de un total de mil 22 inscripciones, la decimosexta edición manifiesta los gustos del comité curatorial: muy buena factura -lo cual es una obligación y no un criterio de selección-; realismos retinales de lectura inmediata -Rodríguez, Miguel Ángel Vega, Ángel Solano, Karen Dana, Javier Peláez-; abstracciones insulsas -Manuel Velázquez, Fabián Ugalde, San Martín Roura, Paul Lozano-; intenciones conceptuales que no se basan en la pictoricidad sino en el efecto de la narrativa -Lucía Álvarez y Benjamín Valdés-; y evocaciones paisajísticas de impacto visual -Gerardo Monsiváis, Eric Pérez, Agustín González-. Constituida con pintores nacidos entre 1953 y 1990 con un notorio predominio de las generaciones nacidas en los setenta (36%) y ochenta (31%),  el certamen resulta un evento con criterios confusos sobre el valor de la identidad pictórica: si bien en los emergentes puede aceptarse la influencia de distintos artistas, en los jóvenes se espera la construcción de un lenguaje autoral que no se percibe.
Con numerosas piezas que recuerdan firmas de circulación global, como la relación entre la abstracción geométrica de Marco Arce y Sarah Crowner, la instalación de Omar Barquet que puede vincularse con Kerstin Bratsch, la escena paisajística de Carlos Cárdenas que remite a Guillaume Bresson, el paisaje de Fernando Sandoval que recuerda las imágenes de Karin Mamma Anderson, el retrato de Mauricio Limón que se basa en las estéticas de Lucien Freud y las atmósferas cromáticas de Allan Villavicencio que no disimulan las estéticas de Stephen Bush, la décimo sexta edición de la Bienal necesita repetirse. Integrada con expresiones tan cuestionables como los ejercicios abstractos de Wilfredo Mendoza, el collage de Felipe Núñez o la figura femenina de José Luis López, en la Bienal destacan únicamente las evocaciones acuáticas de Claudia Gallegos y la abstracción expresionista de Fernando Correa.


La XVI Bienal Tamayo: Anulación (II). Por: Blanca González Rosas. Revista Proceso No. 1974. 31 de agosto de 2014.

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